La lectura del articulo “El hondo bajo fondo”, sobre el escritor Osvaldo Lamborghini, no hizo mas que confirmar lo que ya, hace varios meses, vengo pensando. Ahora resulta que con veintidós años estoy viviendo una pálida y sutil decadencia de la literatura argentina, de la cual ninguno nos hacemos cargo. En vez de indagar (desde el cuerpo) por los nuevos caminos de lenguaje y el rol social del escritor, la nueva literatura contemporánea Argentina lleva como pilar eximio la desacralización de Lamborghini y Perlongher (teniendo en cuenta, que el Fiord del primero es fundamental en la literatura del segundo), cuyas maravillosas letras no han dejado nunca (por suerte) de revelarnos fuertes y novedosas entidades literarias, pero que sin embargo no pueden continuar manifestándose como propias y establecerse como marco generacional veinte o treinta años después. Actualmente estamos entrando en un elitismo literario puramente estético, barrial, pueril. Una mera sensación descriptiva del momento que estamos viviendo, de la agitada vida actual o peor aún, un recordatorio constante de lo que fueron los noventas, bastarían hoy, para ser premiado por estos nuevos cannones. El viejo “Lumpen cultura de barrio” se ha transformado en “Elitismo cultura de barrio”, en este caso no veo la necesidad de ejemplificar, dado que los ejemplos sobran, por no decir que abundan. Esta “estética barrial” no seria un problema, si su meta texto o su trasfondo sugiriese algo mas que una descripción o una leve critica pseudo contestataria. Esta mas que claro, que a diferencia de las generaciones que nos antecedieron, que tuvieron un enemigo o una estética clara a la que oponerse (los surrealistas al academicismo estético, los Infrarrealistas y su pasión por “partirle la madre a Octavio Paz” etc.), a nosotros nos han arrasado y nos han hecho creer que todo vale, que todo tiene el mismo peso, que esta todo bien con todo, todo asfaltado al mismo nivel, incluso nuestras cabezas. Hoy en día, leyendo en mesa de poetas, con cuatro vasos de agua (señores, al poeta vino, como el poroto a la chaucha), se puede recitar el poema mas a favor del sistema o mas opositor, que el efecto va a ser siempre el mismo, la nada, el aplauso, el suspiro y continuar con la lectura. Nadie va a levantarse y a “partirle la madre” a nadie. La pregunta es ¿Por qué sucede esto? Una de las respuestas más obvias seria que automáticamente nos hemos sumado a un emporio globalizante que admite (como parte de su juego) cualquier tipo oposición a su sistema, digamos, una posibilidad más que nos da como parámetro, sin verse realmente afectado en ningún momento (o eso parecemos creer). Ni hablar de que todo lo que no llega a show mediático, inexiste en su totalidad. Sin embargo, es más fácil decir que el agua hirviendo cayó del cielo y nos quema, a decir nosotros no hemos puesto los suficientes huevos sobre la mesa, como para corrernos y continuar avanzando. Es necesario salir cuanto antes de esta falsa opacidad que parece cegar cualquier tipo de avance, tomar la literatura por las caderas y volver a hacerla bailar. Sino, corremos el serio riesgo en un par de décadas, que nuestra literatura pase a convertirse en algo puramente anecdótico.