jueves, 21 de mayo de 2009

BOX



No hay nada más que la mano, el brazo, la extremidad beligerante que golpea mi cara. Parece no darse por enterado que llevo lentes y su puño traspasa el vidrio, sin ningún problema, achatándome el tabique varios centímetros. Siento como la presión sale disparada hacia el centro de mi cara, un calor sensual que hace temblar los parpados. Entre cero y uno, hay infinitos números. Entre negro y blanco infinitos colores. El golpe, los lentes, el vidrio, luego blanco, luego todos los colores, o toda mi historia, o la historia de nadie y luego negro. Todos los estados, todos los momentos. Un sub alterno del infinito, el santo catéter, la gran antena parabólica. Es un golpe, una contracción inicial, la que despliega, lanza el recorrido por la historia, todos los caminos, todos los atajos saliendo de Roma. Y a Roma le sangra la nariz, se le oscurecen los parpados y retrocede tres pasos para atrás. Roma mientras bordea el infinito, retrocede tres pasos. Entonces pienso que me voy a morir, porque ya lo vi todo, todo lo sentí, todo lo presencié, con la contracción del golpe, con el puño en la cara, con el sexo mas crudo entre hombres, como es la violencia, se que me voy a morir, al poco tiempo de caer al suelo.