Menester de lo precario seria el de publicar tus vísceras en un aviso clasificado pidiendo, a cambio de una sutil recompensa, el resto de tu cuerpo.
Si no te hubieras ido, hoy serias una mujer mucho más…. mucho menos.
Los mediodías son largos y solitarios, desde acá, cerca de la ventana, todo lo que mis ojos logran divisar son pastizales, mas allá de los pastizales, pastizales, y muy a lo lejos, hacia el sur, veo una larga sombra que cubre mi campo de visión haciéndolo llegar al horizonte, en mi fuero interior, intuyo que posiblemente, sea algún pastizal.
Mis almuerzos son neutros, lentos y constantes. Una comida mía puede durar alrededor de medio día de trabajo. Llevo la comida a mi boca, mastico, largo y prolongado, luego lo trago, lo vomito, mastico, largo y prolongado, lo trago, vomito, mastico, muevo el bolo alimenticio por mi boca, largo y prolongado y trago. Por momentos esta rítmica me produce un gran desasosiego.
Y es en esos momentos, los de larga espera, en los que me doy cuenta que ya no estas y que no me queda nadie que me ayude a sostenerme el corazón de costado para poder limpiarme, ayudado por un pequeño cepillo de dientes y Pulloid, el by-pass que yo mismo me realice con un caño de p.v.c que sobraba de la cañería del inodoro, después de que me acuchillaras en otro de tus intentos por volver a casa de tus padres.
A veces, cuando paso mis tardes mirando puestas de sol, con mi cuerpo mullido acomodado en la tranquera, armando castillos de cartas y escupiendo pequeñas bolas de tabaco que se pegan como barro amontonado en las ruedas de la camioneta “Ford Ranger” que compramos robada cerca de Ezeiza, pienso, cuanto mejor hubiese sido dejarte sin piernas.
Entonces me pongo triste, me levanto enfurecido y le grito con crudeza al viento “chaco-pampeano”, escupiéndole al oído tu crueldad. Y aun así, hay veces, que ni eso me repone.